Tóxico
Rafael Ramírez Escoto
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La palabra sucia, La metáfora estridente, el ritmo descalabrado pueden enumerarse como algunos de los elementos que conforman el código lingüístico y estético de Tóxico. Más allá del formalismo, o tal vez, sustentado en él, se presagia una ética de la derrota. Una ética temperamental, dulce y corrosiva, que ahonda en lo real imaginado, en la presencia de unos recuerdos informes. Historias de bares, de fulanas, de maníacos y demás fragmentos humanos se esparcen por los poemas. Algo poco original, si repasamos la Historia del Verso desde los tiempos de Catulo. Pero, aunque la anécdota tenga su funcionalidad que consiste en el instantáneo impulso que genera el poema, la poesía de este libro supera el mero trance frívolo. Bajo el maquillaje de los comediantes de Tóxico se averigua el trauma de la belleza. Una belleza destructiva, cuerpos desfigurados y ojos tenebrosos. Algo así pensaba Baudelaire. Y con no poca fortuna retomaron los expresionistas alemanes de principios del siglo XX. Bellos, pues, sean los muñones de la Venus de Milo. Hay un triste canto épico entre estas páginas y un prosaísmo deliberado; se narra, mas también se sugiere, en el símbolo, en la ironía cruel con que son amados esos héroes seniles, estas diosas tumefactas, estos gloriosos mutantes que trastornan la euritmia, el equilibrio y la sensata proporción del cosmos.